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Chía (Cundinamarca)
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Colombia (Todas las ciudades)
J.D. Vance, el actual vicepresidente de los Estados Unidos y exsenador republicano por Ohio, ha emergido como una de las figuras más prominentes dentro del Partido Republicano en los últimos años. Su trayectoria política, inicialmente marcada por una postura crítica hacia Donald Trump, ha dado un giro hacia una firme alineación con el presidente, tras su reelección en 2024. Este cambio lo ha consolidado como un defensor clave de las políticas populistas y conservadoras que movilizan a una gran parte de la base republicana, y le ha permitido ascender rápidamente dentro de la administración Trump, convirtiéndose en su vicepresidente. Un factor que podría acelerar el ascenso de Vance a la presidencia en el futuro es la avanzada edad de Donald Trump. A los 78 años, enfrenta los retos naturales de la edad, lo que genera incertidumbre sobre su capacidad para completar su segundo mandato o incluso sobre si contemplará la posibilidad de un tercer mandato, si las leyes lo permiten. En este contexto, Vance, con apenas 39 años, representa una figura joven y energizante, y muchos lo consideran un sucesor natural de Trump. Su cercanía ideológica con el presidente, combinada con su capacidad para conectar con una nueva generación de votantes republicanos, lo posiciona como una opción viable para continuar con el legado de Trump en el Partido Republicano y, eventualmente, en la Casa Blanca. De manera similar a cómo Kamala Harris se perfiló como la sucesora natural de Joe Biden en el Partido Demócrata, Vance ha sido visto como el aliado joven y leal que podría continuar con la agenda MAGA (Make America Great Again). Esta relación de respaldo mutuo es fundamental para su ascenso. Si bien Trump sigue siendo la figura central del Partido Republicano, Vance ha logrado ganar la confianza de la base populista y, al mismo tiempo, atraer a un electorado más joven que busca un liderazgo dinámico, adaptado a los retos contemporáneos. En este análisis, se examina cómo la edad de Trump, sumada a la lealtad de Vance al movimiento MAGA y su rol como vicepresidente, lo coloca en una trayectoria que podría llevarlo a la presidencia de los Estados Unidos en el futuro. Ya sea a través de una sucesión en caso de que Trump no pueda completar su mandato por razones de salud o como candidato directo en 2028, Vance se beneficia de una transición política en la que Trump lo apoya como su sucesor, reforzando la posibilidad de que Vance pueda consolidarse como el próximo líder del Partido Republicano y, con el tiempo, lograr la presidencia. J.D. Vance, como vicepresidente bajo el gobierno de Trump, se encuentra en una posición privilegiada para ser considerado el sucesor natural de Trump, ya sea en un escenario de sucesión por cuestiones de salud del presidente o en su candidatura directa para las elecciones presidenciales de 2028. El libro presenta una encuesta y una serie de reflexiones finales sobre el papel de Vance en la política estadounidense, su ascenso a la vicepresidencia y las posibles implicaciones para el futuro del Partido Republicano, considerando su relación con Trump y su capacidad para conectar con las distintas facciones del electorado republicano.
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Colombia (Todas las ciudades)
El reclutamiento forzoso de civiles para participar en guerras ha sido un tema de debate y controversia durante siglos. En muchos países, durante conflictos de gran escala o en situaciones de guerra total, los gobiernos han recurrido a la conscripción obligatoria para movilizar a sus poblaciones y asegurar el esfuerzo bélico. Sin embargo, la idea de que los ciudadanos deben ser obligados a participar en guerras va en contra de principios fundamentales como la autonomía personal, los derechos humanos y los valores democráticos. Este enfoque plantea serias preguntas sobre la moralidad y la justicia, así como sobre el impacto social y psicológico de la participación forzada en un conflicto. Una de las razones por las que los civiles no deben ser obligados a participar en las guerras es el respeto al derecho a la autonomía personal. La libertad de decidir sobre la propia vida es un principio básico que debería prevalecer en cualquier sociedad democrática. Obligar a un ciudadano a participar en una guerra puede ser visto como una violación de su libertad fundamental. Cada persona tiene el derecho de decidir sobre su propio destino, sus creencias y sus valores. La participación obligatoria en una guerra, especialmente si esta va en contra de las convicciones personales, representa una forma de coerción que tiene efectos catastróficos en la dignidad humana. Además, la conscripción obligatoria tiene consecuencias psicosociales graves tanto para los individuos como para la sociedad en su conjunto. La experiencia de combatir en una guerra es traumática, y las personas que son forzadas a participar en ella sufren problemas emocionales y psicológicos a largo plazo, como estrés postraumático, ansiedad y depresión. Estos efectos no solo afectan a los combatientes, sino también a sus familias y comunidades, quienes enfrentan el impacto de la violencia y el sufrimiento. Obligar a los civiles a involucrarse en conflictos bélicos sin tener en cuenta su disposición tiene un costo humano inmenso, que perdura mucho después de que la guerra haya terminado. Desde una perspectiva ética, forzar a los civiles a participar en una guerra también es contraproducente desde el punto de vista militar. Un ejército compuesto por personas que no están comprometidas con la causa o que son reacias a combatir probablemente será menos eficiente que uno compuesto por individuos que se enlistan de manera voluntaria. La falta de motivación y el resentimiento hacia la guerra disminuye la moral de los soldados, lo que lleva a una menor efectividad en el campo de batalla. Además, las personas obligadas a luchar en un conflicto en el que no creen experimentan una falta de preparación y entrenamiento, lo que aumenta las bajas y los errores tácticos. Otro argumento importante es que la participación obligatoria en una guerra afecta negativamente la legitimidad de los gobiernos y las instituciones democráticas. En una democracia, la confianza en el gobierno y las instituciones es fundamental para el funcionamiento del sistema político. Obligar a los ciudadanos a participar en un conflicto sin su consentimiento es percibido como un abuso de poder. Esto no solo debilita la confianza en las autoridades, sino que también da lugar a protestas, movimientos de resistencia y un mayor descontento social. El gobierno pierde su legitimidad cuando no respeta las decisiones individuales de sus ciudadanos y los arrastra a la guerra sin su aprobación. La imposición de la guerra a los civiles genera una división social. En muchas sociedades, la guerra no solo enfrenta a las fuerzas combatientes en el campo de batalla, sino que también divide a la población civil. Aquellos que son llamados a luchar se sienten víctimas del sistema, mientras que aquellos que permanecen en el hogar son vistos como ajenos al sufrimiento. Esta polarización social daña la cohesión y la unidad nacional, creando tensiones que perduran mucho después de que termine el conflicto. En lugar de fomentar el sentido de solidaridad y unidad, la conscripción obligatoria genera hostilidad y resentimiento. En el libro se presenta una encuesta, una serie de tipologías y reflexiones finales.
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Bogotá (Bogotá)
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Colombia (Todas las ciudades)
Colombia ha sido históricamente uno de los principales productores y exportadores de cocaína en el mundo, lo que ha tenido profundas implicaciones tanto para su desarrollo social como para su economía y seguridad. A lo largo de las últimas décadas, el cultivo de la coca y su transformación en cocaína ha sido un fenómeno asociado no solo con el narcotráfico, sino también con la violencia, la corrupción y las dificultades para implementar políticas públicas efectivas en diversas regiones del país. El auge de la cocaína en Colombia no es un fenómeno aislado, responde a una serie de factores históricos, económicos y sociales que incluyen la desigualdad, la pobreza en las zonas rurales y el debilitamiento de las instituciones del Estado en algunas regiones. Además, la presencia de guerrillas, paramilitares y carteles de narcotráfico. A través de esta reflexión, se busca entender cómo la realidad de ser un "país cocalero" ha afectado a Colombia, no solo en términos de su imagen internacional, sino también en la vida cotidiana de millones de colombianos que han vivido, y siguen viviendo, las consecuencias de este flagelo. ¿Qué significa para Colombia ser un país que produce y trafica una de las drogas más destructivas del mundo? ¿Cuáles son las repercusiones sociales, políticas y económicas de esta realidad? Estas preguntas son clave para comprender la relación entre el narcotráfico y la sociedad colombiana. La "desgracia" de ser un país cocalero no solo hace referencia al daño directo que causa la cocaína, sino también a los costos indirectos en términos de gobernabilidad, desarrollo humano y bienestar. Sin embargo, en medio de este panorama, es vital reconocer también los esfuerzos que el país ha realizado en términos de políticas de erradicación, sustitución de cultivos y cooperación internacional. La lucha contra el narcotráfico y sus efectos sigue siendo una de las prioridades de los gobiernos colombianos, aunque los resultados han sido, en muchos casos, mixtos. El narcotráfico ha sido uno de los problemas más persistentes y complejos en Colombia durante más de medio siglo, y su impacto en el país ha sido profundo, afectando tanto a las zonas rurales como a las urbanas. Colombia, históricamente conocida como un importante productor de cocaína, ha sido escenario de un conflicto armado prolongado en el que varios actores, incluidos los grupos guerrilleros, los paramilitares, y las bandas criminales, se han financiado, en parte, a través de los ingresos provenientes del narcotráfico. La violencia, la desigualdad social, la falta de presencia estatal en las regiones rurales, y la pobreza estructural han creado un caldo de cultivo ideal para el desarrollo de actividades ilícitas, como el cultivo de coca. La relación entre el narcotráfico y los grupos armados ilegales ha sido particularmente significativa, ya que estos actores han utilizado el negocio de la cocaína no solo como una fuente de financiación, sino también como una forma de control territorial y de fortalecimiento de sus estructuras. Mientras tanto, el Estado colombiano, a través de diferentes administraciones, ha implementado diversas estrategias para combatir este fenómeno, desde políticas de erradicación de cultivos ilícitos hasta acuerdos de paz con actores como las FARC, pero los resultados han sido dispares y han generado tanto éxitos como fracasos. El narcotráfico no solo ha alimentado la violencia armada, sino que también ha tenido consecuencias profundas para la política y economía del país. El dinero del narcotráfico ha corrompido instituciones y debilitado el Estado de derecho, mientras que las comunidades rurales, particularmente aquellas en regiones productoras de coca, han quedado atrapadas en un ciclo de pobreza, desplazamiento y desesperanza. En este contexto, la relación entre el narcotráfico, los grupos armados ilegales y el Estado se vuelve un tema vital para comprender los desafíos actuales en Colombia. El futuro de la paz y el desarrollo rural en el país depende de cómo se aborden los problemas estructurales que permiten que el narcotráfico siga siendo una de las principales fuentes de violencia y desigualdad social en las zonas más afectadas. Esta problemática, por lo tanto, requiere un enfoque integral que no solo contemple la erradicación de cultivos ilícitos o el desmantelamiento de las estructuras criminales, sino también una estrategia de desarrollo que brinde alternativas viables a las comunidades rurales y combata las causas profundas que perpetúan este ciclo de violencia y pobreza. Este análisis busca explorar cómo las políticas públicas, las estrategias de paz, las dinámicas del narcotráfico y los grupos armados ilegales han modelado el conflicto en Colombia, y cómo se pueden crear soluciones más efectivas y sostenibles para reducir su influencia en la sociedad colombiana. En el libro se presenta una encuesta una serie de tipologías y reflexiones finales.
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Colombia (Todas las ciudades)
La creciente adopción de robots y tecnologías automatizadas en la industria ha transformado la manera en que las empresas operan, aumentando la eficiencia, reduciendo costos y optimizando procesos. Sin embargo, esta revolución tecnológica no está exenta de impactos ambientales significativos. Los robots industriales y otros sistemas automatizados, si bien representan avances en la productividad, también generan una huella ecológica considerable debido al alto consumo de energía, el uso de materiales raros y el desecho de componentes electrónicos al final de su vida útil. En este contexto, surge la necesidad de considerar la huella ecológica de los sistemas automatizados, que incluye no solo las emisiones de CO₂ derivadas de su funcionamiento, sino también el impacto de los materiales utilizados en su fabricación y el ciclo de vida de los equipos, desde la producción hasta el reciclaje. Ante este panorama, se están planteando nuevas políticas fiscales y normativas que gravan las actividades industriales según su impacto ambiental, lo que ha dado lugar al debate sobre la viabilidad de un impuesto sobre la huella ecológica de los robots y la automatización. Un impuesto sobre la huella ecológica de los robots es una herramienta importante para incentivar la sostenibilidad en la automatización, al mismo tiempo que se fomentan prácticas más limpias en las industrias que adoptan tecnologías avanzadas. Este tipo de impuesto se basaría en la cantidad de energía consumida, las emisiones generadas y el uso de materiales peligrosos o escasos, aplicándose a los sistemas automatizados como una forma de internalizar los costos ambientales asociados a su implementación y operación. El objetivo de este impuesto sería, por un lado, disminuir el impacto ambiental de las industrias automatizadas, y por otro, incentivar la innovación y el desarrollo de tecnologías más verdes. Este enfoque permitiría a las empresas ser responsables de los efectos que sus procesos productivos generan en el medio ambiente, promoviendo la adopción de soluciones sostenibles y ayudando a alcanzar los objetivos globales de reducción de emisiones de gases de efecto invernadero establecidos en acuerdos internacionales como el Acuerdo de París. En este sentido, el impuesto sobre la huella ecológica de los robots y la automatización no solo responde a una necesidad urgente de reducir el impacto ambiental de la tecnología, sino que también presenta un reto para las industrias que deben adaptarse a un nuevo marco normativo sin comprometer su competitividad global. El presente análisis se centrará en cómo un impuesto de este tipo podría estructurarse, sus posibles efectos sobre las empresas y la economía en general, y los retos asociados a su implementación en un contexto internacional diverso. En el libro se presenta una encuesta, una seria de tipologías y reflexiones finales.
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Colombia (Todas las ciudades)
El relato bíblico de Sodoma y Gomorra es una de las historias más conocidas sobre la decadencia moral, la injusticia y la corrupción humana. Según las Escrituras, estas ciudades fueron destruidas por Dios debido a su inmoralidad, violencia, abuso de poder y desprecio por los más necesitados. En el contexto moderno, muchos perciben paralelismos entre los problemas que enfrentan esas ciudades en la antigüedad y las realidades sociales contemporáneas. La corrupción política, la violencia, la desigualdad, la crisis medioambiental, y la desconexión espiritual son solo algunos de los problemas que reflejan una decadencia similar. La comparación con Sodoma y Gomorra no se limita a un enfoque religioso o apocalíptico, sino que busca llamar la atención sobre los retos éticos y sociales de hoy. Aunque no se trata de un juicio divino literal, el análisis resalta las consecuencias de ignorar principios fundamentales como la justicia, la ética y la solidaridad. La decadencia social y moral, alimentada por el individualismo, la codicia y la desinformación, amenaza con llevar a la humanidad por un camino peligroso. En lugar de caer en el pesimismo, esta reflexión invita a la acción colectiva para evitar que los problemas se profundicen. La historia de Sodoma y Gomorra ofrece una oportunidad para reconsiderar los valores que estamos promoviendo en nuestras sociedades en un mundo globalizado y tecnológicamente interconectado, pero cada vez más desconectado espiritualmente. La búsqueda desenfrenada de satisfacción individual, poder y dinero está dejando a muchas personas con una sensación de vacío y desesperanza. El llamado no es solo a la reflexión religiosa, sino a un compromiso ético y social. La decadencia moral no es algo exclusivo del pasado, sino un desafío recurrente a lo largo de la historia. Reconocer los patrones de comportamiento que llevaron a la caída de esas ciudades puede ayudarnos a evitar que se repitan en el futuro. Si logramos reorientar nuestros valores hacia el bien común, la justicia, la verdad y el respeto por la vida, es posible transformar nuestra sociedad y evitar la destrucción. El libro también presenta una encuesta, una serie de tipologías y reflexiones finales que profundizan en este tema y ofrece una oportunidad para el cambio.
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Colombia (Todas las ciudades)
La esclavitud moderna es una realidad sombría que, aunque prohibida formalmente por leyes y tratados internacionales, sigue existiendo en diversas formas en el mundo contemporáneo. Millones de personas, en su mayoría mujeres, niños y migrantes, siguen siendo explotadas en condiciones de trabajo forzado, trata de personas, trabajo infantil, explotación sexual y otras formas de opresión que les privan de su dignidad humana y sus derechos fundamentales. A pesar de los avances en derechos humanos y las múltiples normas legales internacionales, la esclavitud moderna persiste debido a la pobreza, las desigualdades sociales, la corrupción, la impunidad y la falta de conciencia sobre el alcance de este problema. El compromiso global para erradicarla es fundamental, pero se requiere un cambio profundo en la mentalidad colectiva, tanto a nivel gubernamental como corporativo y social. El Código Moral sobre la Esclavitud Moderna tiene como objetivo proporcionar una guía ética para todas las personas, desde gobiernos y empresas hasta ciudadanos individuales, sobre cómo reconocer, denunciar y combatir todas las formas de esclavitud que todavía existen en el siglo XXI. Este código destaca la dignidad humana como el valor fundamental sobre el que debe basarse toda acción, y promueve un enfoque integral que combina prevención, protección, justicia y solidaridad internacional. La erradicación de la esclavitud moderna es responsabilidad de todos, y requiere un compromiso activo para acabar con las condiciones que permiten su existencia. A través de este Código Moral, se invita a cada individuo, organización y gobierno a adoptar medidas concretas, como la protección de los derechos de los más vulnerables, la promoción de políticas inclusivas, la transparencia empresarial y la educación sobre los derechos humanos. Al trabajar juntos, podemos lograr un mundo donde la libertad, la igualdad y la dignidad humana sean respetadas por todos, y donde la esclavitud moderna sea finalmente erradicada.
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Colombia (Todas las ciudades)
La policrisis mundial motivada por la hipocresía de las grandes potencias refleja una serie de contradicciones estructurales en el sistema político global que están llevando al mundo hacia una compleja intersección de crisis simultáneas, muchas veces interrelacionadas entre sí. Este fenómeno se caracteriza por una desconexión cada vez mayor entre los discursos y principios que defienden las potencias mundiales en el ámbito internacional y las acciones concretas que llevan a cabo en sus políticas exteriores, económicas y sociales. Las grandes potencias, como los Estados Unidos, China, la Unión Europea y Rusia, están involucradas en dinámicas geopolíticas que favorecen, en muchos casos, sus intereses inmediatos y estratégicos a expensas de un enfoque integral y justo para resolver los problemas globales. A nivel social, la hipocresía de estas potencias se traduce en un doble discurso. Mientras que los gobiernos promueven la defensa de los derechos humanos, la democracia y el respeto por la soberanía de los pueblos, al mismo tiempo siguen alimentando regímenes autoritarios o intervienen en países en desarrollo con fines geopolíticos y económicos, sin importar las consecuencias humanitarias. Por ejemplo, intervenciones militares como las que se han dado en Oriente Medio, o la continua injerencia en África, se presentan como "acciones para la paz" o "luchas contra el terrorismo", pero sus consecuencias son catastróficas: desplazamiento forzado, muertes masivas de civiles, destrucción de infraestructuras, y una proliferación de grupos armados y tensiones sectarias. Esta incoherencia entre el discurso y la práctica, lejos de traer paz, ha perpetuado ciclos de violencia y vulnerabilidad en las regiones más necesitadas. En el ámbito político, las contradicciones son igualmente evidentes. Las grandes potencias tienen una tendencia a defender sus intereses nacionales en lugar de trabajar hacia un sistema global más equitativo y cooperativo. A pesar de sus permanentes declaraciones a favor de la cooperación internacional y la resolución pacífica de conflictos, muchas veces sus políticas están dictadas por cálculos egoístas que priorizan el control de recursos estratégicos, la expansión de su influencia geopolítica o el mantenimiento de sus economías de mercado. La crisis de los refugiados, el cambio climático, las guerras comerciales, y la desigualdad global son ejemplos palpables de cómo las decisiones de las grandes potencias, motivadas por intereses nacionales a corto plazo, han fracasado en abordar las cuestiones globales de manera efectiva y justa. El impacto ambiental de la hipocresía de estas potencias es igualmente desastroso. En nombre del crecimiento económico, las grandes potencias han sido responsables de gran parte de la destrucción ecológica y de la aceleración del cambio climático. Mientras predican la necesidad de un compromiso global para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero y promover energías limpias, siguen fomentando el uso de combustibles fósiles, incentivando proyectos destructivos como la minería a gran escala y los monocultivos, y manteniendo acuerdos comerciales que favorecen la explotación insostenible de los recursos naturales. Además, las ayudas internacionales para mitigar el cambio climático están condicionadas a intereses económicos, lo que limita su efectividad. Este enfoque miope y contradictorio no solo agrava el calentamiento global, sino que también perjudica a las comunidades más vulnerables, que son las que menos han contribuido a la crisis ambiental. La desigualdad global es otro de los efectos directos de la policrisis alimentada por la hipocresía de las grandes potencias. En lugar de utilizar su poder y recursos para promover una mayor equidad económica y social, muchas de estas naciones favorecen sistemas que perpetúan la pobreza y la dependencia en el Sur Global. Las políticas comerciales injustas, las cargas de deuda externa, las políticas de austeridad impuestas por instituciones como el FMI, y las estructuras de poder en las organizaciones internacionales que representan a estas grandes potencias, contribuyen a un sistema internacional profundamente desigual. Mientras algunas naciones continúan acumulando riqueza a través de la explotación de recursos naturales y humanos en otras partes del mundo, millones de personas en África, América Latina y Asia viven sumidas en la pobreza, sin acceso a servicios básicos, educación o asistencia sanitaria. La policrisis global motivada por la hipocresía de las grandes potencias no solo refleja contradicciones en las políticas exteriores, sino que también está reforzando las disparidades sociales, económicas y ambientales que afectan a los países más vulnerables. La falta de coherencia en las decisiones políticas, el doble discurso en temas como derechos humanos, democracia y sostenibilidad, y la priorización de los intereses geopolíticos sobre las necesidades globales, están llevando a un punto crítico. Si estas contradicciones estructurales no se abordan, las consecuencias para el futuro de la humanidad y del planeta podrían ser irreversibles. Por lo tanto, es urgente repensar y redirigir las políticas internacionales hacia un enfoque más ético, equitativo y sostenible que permita abordar las crisis globales de manera efectiva y cooperativa. En el libro se presenta una encuesta, una serie de tipologías y reflexiones finales.
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