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Colombia (Todas las ciudades)
Un Estado que no esté en capacidad de proteger a su población es indolente, ya que al no incluir en su agenda la solución a los problemas sociales que aquejan a la comunidad está atentando contra la paz. Los dirigentes políticos se han acostumbrado a conocer las atrocidades que cometen grupos criminales contra personas inocentes, sin preocuparse por investigar lo que sucede, por qué y quien lo hace. El Estado no se inmuta frente a la ola de violencia imperante, y los humildes campesinos son quienes más sufren, ya que cuando se presenta una masacre el gobierno trata de justificar sus acciones contra la población señalando a los muertos como subversivos, y mostrando ante la opinión pública pruebas incongruentes. El panorama en cuanto a la denuncia y encarcelamiento de los perpetradores de crímenes no es alentador, el presidente se preocupa más por proteger las fuerzas militares de sus acciones irresponsables sin ninguna planificación, que hacer verdadera justicia social. Los guerrilleros, los paramilitares, los narcotraficantes, la delincuencia común, los terratenientes, hacen de la suya en una nación que se desangra sin la protección adecuada a la ciudadanía. En Colombia lo que se quiso representar con la paloma de la paz con el olivo en su pico, pasó de ser blanca a negra porque esa es la verdadera realidad del país. En el libro se hace una serie de reflexiones y se presenta una encuesta sobre dicha problemática, junto con unas tipologías que reflejan la indiferencia de un Estado que no hace nada para acabar con las matanzas, que ponen en primera plana de la opinión internacional a una nación cuya bandera se tiñe de rojo con la muerte de inocentes.
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Colombia (Todas las ciudades)
Colombia ha sido históricamente uno de los principales productores y exportadores de cocaína en el mundo, lo que ha tenido profundas implicaciones tanto para su desarrollo social como para su economía y seguridad. A lo largo de las últimas décadas, el cultivo de la coca y su transformación en cocaína ha sido un fenómeno asociado no solo con el narcotráfico, sino también con la violencia, la corrupción y las dificultades para implementar políticas públicas efectivas en diversas regiones del país. El auge de la cocaína en Colombia no es un fenómeno aislado, responde a una serie de factores históricos, económicos y sociales que incluyen la desigualdad, la pobreza en las zonas rurales y el debilitamiento de las instituciones del Estado en algunas regiones. Además, la presencia de guerrillas, paramilitares y carteles de narcotráfico. A través de esta reflexión, se busca entender cómo la realidad de ser un "país cocalero" ha afectado a Colombia, no solo en términos de su imagen internacional, sino también en la vida cotidiana de millones de colombianos que han vivido, y siguen viviendo, las consecuencias de este flagelo. ¿Qué significa para Colombia ser un país que produce y trafica una de las drogas más destructivas del mundo? ¿Cuáles son las repercusiones sociales, políticas y económicas de esta realidad? Estas preguntas son clave para comprender la relación entre el narcotráfico y la sociedad colombiana. La "desgracia" de ser un país cocalero no solo hace referencia al daño directo que causa la cocaína, sino también a los costos indirectos en términos de gobernabilidad, desarrollo humano y bienestar. Sin embargo, en medio de este panorama, es vital reconocer también los esfuerzos que el país ha realizado en términos de políticas de erradicación, sustitución de cultivos y cooperación internacional. La lucha contra el narcotráfico y sus efectos sigue siendo una de las prioridades de los gobiernos colombianos, aunque los resultados han sido, en muchos casos, mixtos. El narcotráfico ha sido uno de los problemas más persistentes y complejos en Colombia durante más de medio siglo, y su impacto en el país ha sido profundo, afectando tanto a las zonas rurales como a las urbanas. Colombia, históricamente conocida como un importante productor de cocaína, ha sido escenario de un conflicto armado prolongado en el que varios actores, incluidos los grupos guerrilleros, los paramilitares, y las bandas criminales, se han financiado, en parte, a través de los ingresos provenientes del narcotráfico. La violencia, la desigualdad social, la falta de presencia estatal en las regiones rurales, y la pobreza estructural han creado un caldo de cultivo ideal para el desarrollo de actividades ilícitas, como el cultivo de coca. La relación entre el narcotráfico y los grupos armados ilegales ha sido particularmente significativa, ya que estos actores han utilizado el negocio de la cocaína no solo como una fuente de financiación, sino también como una forma de control territorial y de fortalecimiento de sus estructuras. Mientras tanto, el Estado colombiano, a través de diferentes administraciones, ha implementado diversas estrategias para combatir este fenómeno, desde políticas de erradicación de cultivos ilícitos hasta acuerdos de paz con actores como las FARC, pero los resultados han sido dispares y han generado tanto éxitos como fracasos. El narcotráfico no solo ha alimentado la violencia armada, sino que también ha tenido consecuencias profundas para la política y economía del país. El dinero del narcotráfico ha corrompido instituciones y debilitado el Estado de derecho, mientras que las comunidades rurales, particularmente aquellas en regiones productoras de coca, han quedado atrapadas en un ciclo de pobreza, desplazamiento y desesperanza. En este contexto, la relación entre el narcotráfico, los grupos armados ilegales y el Estado se vuelve un tema vital para comprender los desafíos actuales en Colombia. El futuro de la paz y el desarrollo rural en el país depende de cómo se aborden los problemas estructurales que permiten que el narcotráfico siga siendo una de las principales fuentes de violencia y desigualdad social en las zonas más afectadas. Esta problemática, por lo tanto, requiere un enfoque integral que no solo contemple la erradicación de cultivos ilícitos o el desmantelamiento de las estructuras criminales, sino también una estrategia de desarrollo que brinde alternativas viables a las comunidades rurales y combata las causas profundas que perpetúan este ciclo de violencia y pobreza. Este análisis busca explorar cómo las políticas públicas, las estrategias de paz, las dinámicas del narcotráfico y los grupos armados ilegales han modelado el conflicto en Colombia, y cómo se pueden crear soluciones más efectivas y sostenibles para reducir su influencia en la sociedad colombiana. En el libro se presenta una encuesta una serie de tipologías y reflexiones finales.
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Colombia (Todas las ciudades)
El asesinato de líderes sociales se presenta con mucha frecuencia en Colombia, ya que al ser defensores de los derechos humanos han sido víctimas de las guerrillas, paramilitares, narcotraficantes, sicarios, y del Estado por la falta en la presencia institucional en gran parte del territorio nacional perpetuando la impunidad. Los motivos de los crímenes son diversos como por ejemplo, los ocasionados por la sustitución de cultivos ilícitos, la defensa de los derechos de minorías indígenas y afrocolombianos y el reintegro de tierras, teniendo como respuesta ataques a integrantes de juntas de acción comunal, sindicalistas, y activistas, situación que se agrava por la lentitud del sistema judicial colombiano para llevar a prisión a los autores de las matanzas. Otro agregado más son los retrasos en los acuerdos de paz, su implementación y falta de coordinación entre las agencias gubernamentales. El poco avance en la sustitución de cultivos ilícitos, y la controvertida idea de fumigación aérea con glifosato para quemar las plantas de coca. Se asocia a esto la corrupción que restringe los recursos del Estado, la elevada contaminación del medio ambiente, el incremento de la violencia sexual y el reclutamiento forzoso de menores. De acuerdo con lo anterior, se puede decir que los asesinatos de líderes sociales obedece, a la falta control del Estado en parte de su geografía y a la carencia de medidas preventivas. En el libro se presenta una encuesta y una serie de tipologías de líderes asesinados con el propósito de efectuar una reflexión seria en procura de una paz duradera.
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Colombia (Todas las ciudades)
La economía ha sido tradicionalmente vista a través de la lente de la asignación de recursos escasos entre fines alternativos. Sin embargo, uno de los recursos menos explorados en los modelos económicos clásicos es el tiempo. A pesar de su carácter intangible, el tiempo es un recurso esencial que, al igual que otros bienes y servicios, tiene un valor que impacta nuestras decisiones económicas. En este sentido, el concepto de la Economía de la Espera se presenta como una perspectiva innovadora que examina cómo la espera un fenómeno inherente a la experiencia humana influye en los procesos de toma de decisiones en contextos de incertidumbre y escasez. El tiempo de espera es una constante en nuestras vidas cotidianas. Desde la espera en una fila en el supermercado hasta la incertidumbre de un paciente esperando atención médica o un inversionista aguardando una respuesta en los mercados financieros, la experiencia de esperar es, de alguna manera, universal. Sin embargo, la manera en que las personas valoran y manejan este tiempo de espera varía considerablemente dependiendo del contexto. En el ámbito económico, la espera no solo es vista como una barrera temporal, sino como una decisión estratégica en la que los individuos y las empresas deben equilibrar la utilidad del recurso esperado con los costos implícitos de la espera misma. La economía de la espera se enmarca dentro de dos condiciones fundamentales: la incertidumbre y la escasez. En situaciones de incertidumbre, donde la información es incompleta o no está disponible, las decisiones se vuelven más complejas, y la espera es interpretada tanto como un riesgo como una oportunidad. La escasez, por otro lado, enfatiza la limitación de los recursos disponibles y la necesidad de tomar decisiones en un entorno donde el acceso a ciertos bienes o servicios no está garantizado. En este contexto, el tiempo de espera adquiere una dimensión económica decisivo, ya que no solo es un proceso temporal, sino también un factor determinante en la optimización de los recursos disponibles. Una de las grandes cuestiones que plantea la economía de la espera es cómo los individuos y las instituciones valoran ese tiempo de espera en función de las condiciones económicas y sociales que enfrentan. ¿Cómo afectan las expectativas de escasez o las percepciones de incertidumbre la disposición a esperar? ¿Cuánto valoramos el tiempo que pasamos esperando cuando no sabemos cuánto más demorará ese proceso o cuando no tenemos certeza de si el recurso o servicio que esperamos realmente estará disponible? Estas preguntas nos llevan a replantear la forma en que los modelos económicos tradicionales, basados en la maximización de la utilidad, consideran el tiempo y la toma de decisiones intertemporales. Además, la economía de la espera tiene implicaciones profundas en la política económica y en la manera en que se estructuran los sistemas económicos, en sectores clave como la salud, el transporte, la educación y la infraestructura pública. ¿Cómo debería el gobierno o las organizaciones económicas gestionar la espera para maximizar la eficiencia y la equidad? En un mundo de recursos limitados, ¿cómo debería el sistema económico garantizar que el tiempo de espera no se convierta en una barrera insuperable para los más vulnerables? Este campo también toca aspectos psicológicos y sociales: la ansiedad y la frustración que genera la espera, la percepción del valor del tiempo entre distintos grupos socioeconómicos y la variabilidad de la tolerancia a la espera dependiendo de factores culturales, demográficos o económicos. Las decisiones que toman las personas al enfrentarse a la espera ya sea por una oportunidad de inversión, por un bien escaso o por un servicio público no solo son racionales, sino influenciadas por su contexto social y personal. Este estudio tiene como objetivo explorar la valorización económica del tiempo de espera y proponer un marco teórico que permita integrar este concepto en los modelos clásicos de la teoría económica. Al hacerlo, se pretende ofrecer una comprensión más matizada de las decisiones económicas bajo condiciones de escasez e incertidumbre, y cómo las políticas públicas y las estrategias empresariales pueden ser diseñadas para gestionar de manera eficiente el recurso tiempo en contextos de espera. La economía de la espera no solo aporta una nueva dimensión al estudio económico tradicional, sino que también ofrece un campo fértil para desarrollar nuevas teorías y enfoques que permitan optimizar la utilización de los recursos temporales en un mundo cada vez más interconectado y con más incertidumbre. La incorporación de la espera en los modelos económicos es una de las claves para abordar algunos de los problemas más complejos del siglo XXI, desde la gestión de los servicios públicos hasta las decisiones empresariales y la política económica global. Este trabajo explorará la naturaleza del tiempo de espera, su impacto en las decisiones económicas de los agentes individuales y colectivos, y las implicaciones que tiene para la política pública y la eficiencia económica en general. En el libro se presenta una encuesta y una serie de tipologías, lo mismo que algunas reflexiones finales.
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Colombia (Todas las ciudades)
La pornomiseria es un concepto que surge en la intersección entre la pobreza, la explotación mediática y la deshumanización social. Se refiere a la representación explícita y sensacionalista del sufrimiento humano, en contextos de pobreza extrema, que busca generar una respuesta emocional en la audiencia. Este fenómeno no se limita exclusivamente a los medios de comunicación, sino que se extiende a diversas áreas de la sociedad, desde las políticas públicas hasta las prácticas culturales y las interacciones cotidianas. En un mundo cada vez más globalizado, la pornomiseria ha adquirido múltiples formas y se ha integrado en la dinámica social, alimentando estereotipos, construyendo narrativas de "otros" y, explotando la miseria con fines económicos, políticos o incluso emocionales. A nivel social, la pornomiseria se manifiesta cuando las condiciones de pobreza, sufrimiento o desigualdad se presentan de una forma tan explícita y desgarradora que el dolor humano se convierte en un espectáculo consumido tanto por quienes lo viven como por aquellos que lo observan desde la distancia. En este sentido, no solo los medios de comunicación, como la televisión, las redes sociales o la prensa, son actores clave, sino también las organizaciones internacionales, las campañas humanitarias, e incluso las políticas sociales, que muchas veces recurren a la "pornomiseria" para movilizar recursos o sensibilizar a la opinión pública. Este fenómeno tiene efectos en la percepción colectiva de la pobreza y el sufrimiento. En muchas ocasiones, la representación de la miseria en términos visuales o narrativos genera compasión o despierta el deseo de ayudar, pero también conduce a la desensibilización, el estigma o la victimización de los afectados. La pornomiseria no solo afecta la forma en que los más vulnerables son vistos, sino que también influye en las respuestas sociales a la pobreza, desde la forma en que se distribuyen los recursos hasta las políticas públicas que se implementan. A través de la pornomiseria, las personas en situaciones de vulnerabilidad o marginalidad son despojadas de su humanidad. Se convierten en objetos de lástima o compasión, pero rara vez se les reconoce como agentes de cambio o como sujetos con dignidad propia. Esto tiene implicaciones graves, no solo para la identidad de los individuos afectados, sino también para las narrativas que construimos sobre la pobreza, la desigualdad y la justicia social. Por otro lado, la pornomiseria también plantea importantes cuestiones éticas. ¿Es justo utilizar el sufrimiento humano como un medio para movilizar recursos, conciencias o políticas? ¿Qué responsabilidad tienen los actores sociales ya sean medios de comunicación, ONGs, gobiernos o incluso individuos en la manera en que representan la pobreza y la miseria? ¿Cómo evitar que las representaciones de la pobreza se conviertan en un espectáculo vacío de significado o, peor aún, en una forma de explotación? El análisis de la pornomiseria se convierte en una herramienta importante para entender no solo cómo se representan la pobreza y el sufrimiento, sino también cómo esas representaciones afectan nuestras actitudes, políticas y respuestas como sociedad. Es un fenómeno que nos invita a reflexionar sobre los límites de la empatía, la ética de la representación y el verdadero significado de la solidaridad. En el libro se presenta una encuesta una serie de tipologías y reflexiones finales.
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Colombia (Todas las ciudades)
Holi, también conocido como el Festival de los Colores, es una vibrante celebración hindú que marca la llegada de la primavera y la victoria del bien sobre el mal. Originario del sur de Asia, este alegre festival involucra a los participantes que se arrojan polvos de colores brillantes y agua entre sí en un símbolo de unidad, amor y perdón. Se cree que los colores utilizados durante Holi representan los diversos tonos de la vida y promueven la armonía entre personas de diferentes orígenes. Más allá de su atractivo estético, Holi tiene un profundo significado cultural y espiritual, ya que recuerda a las personas la importancia de deshacerse de la negatividad y abrazar la positividad. Como estudiante de posgrado, encuentro que el simbolismo de Holi tiene una profunda resonancia y un poderoso recordatorio del poder transformador de la unidad y el amor en nuestras vidas. Nuestra Oferta De Viajes Incluye: Visitas guiada en Delhi, Jaipur y Agra. Visita guiada fiesta holi en Mathura. Alojamientos y traslados.
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Colombia (Todas las ciudades)
Colombia es un país donde los derechos humanos no son tenidos en cuenta y donde la clase política solo busca el usufructo personal. Las masacres son el pan de cada día, de personas que protestan contra el gobierno de turno, por la carencia de políticas que permitan acabar con la violencia, propiciada por los insurgentes, las bandas criminales, el narcotráfico y el Estado mismo. Es un paraíso para la impunidad ya que muchos políticos están involucrados en actividades delincuenciales y donde la corrupción pública es imperante. La clase dirigente terrateniente se ha encargado de contribuir con el desplazamiento forzado de familias campesinas que tienen que huir de los conflictos abandonando sus predios, los cuales terminan en manos de hacendados y a empresas que patrocinan a quienes llegan al poder para mantener sus privilegios. Los presidentes que han llegado al poder se lavan las manos como “pilatos” y no han hecho mayor cosa por evitar que se vulneren los derechos humanos en Colombia presentando una imagen negativa en el contexto internacional. En el libro se presenta una radiografía sobre los derechos humanos en Colombia y el papel que han tenido los últimos gobiernos, además se presenta al lector una serie de tipologías con los principales vulneradores de los derechos humanos.
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Bogotá (Bogotá)
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Colombia (Todas las ciudades)
La policrisis mundial motivada por la hipocresía de las grandes potencias refleja una serie de contradicciones estructurales en el sistema político global que están llevando al mundo hacia una compleja intersección de crisis simultáneas, muchas veces interrelacionadas entre sí. Este fenómeno se caracteriza por una desconexión cada vez mayor entre los discursos y principios que defienden las potencias mundiales en el ámbito internacional y las acciones concretas que llevan a cabo en sus políticas exteriores, económicas y sociales. Las grandes potencias, como los Estados Unidos, China, la Unión Europea y Rusia, están involucradas en dinámicas geopolíticas que favorecen, en muchos casos, sus intereses inmediatos y estratégicos a expensas de un enfoque integral y justo para resolver los problemas globales. A nivel social, la hipocresía de estas potencias se traduce en un doble discurso. Mientras que los gobiernos promueven la defensa de los derechos humanos, la democracia y el respeto por la soberanía de los pueblos, al mismo tiempo siguen alimentando regímenes autoritarios o intervienen en países en desarrollo con fines geopolíticos y económicos, sin importar las consecuencias humanitarias. Por ejemplo, intervenciones militares como las que se han dado en Oriente Medio, o la continua injerencia en África, se presentan como "acciones para la paz" o "luchas contra el terrorismo", pero sus consecuencias son catastróficas: desplazamiento forzado, muertes masivas de civiles, destrucción de infraestructuras, y una proliferación de grupos armados y tensiones sectarias. Esta incoherencia entre el discurso y la práctica, lejos de traer paz, ha perpetuado ciclos de violencia y vulnerabilidad en las regiones más necesitadas. En el ámbito político, las contradicciones son igualmente evidentes. Las grandes potencias tienen una tendencia a defender sus intereses nacionales en lugar de trabajar hacia un sistema global más equitativo y cooperativo. A pesar de sus permanentes declaraciones a favor de la cooperación internacional y la resolución pacífica de conflictos, muchas veces sus políticas están dictadas por cálculos egoístas que priorizan el control de recursos estratégicos, la expansión de su influencia geopolítica o el mantenimiento de sus economías de mercado. La crisis de los refugiados, el cambio climático, las guerras comerciales, y la desigualdad global son ejemplos palpables de cómo las decisiones de las grandes potencias, motivadas por intereses nacionales a corto plazo, han fracasado en abordar las cuestiones globales de manera efectiva y justa. El impacto ambiental de la hipocresía de estas potencias es igualmente desastroso. En nombre del crecimiento económico, las grandes potencias han sido responsables de gran parte de la destrucción ecológica y de la aceleración del cambio climático. Mientras predican la necesidad de un compromiso global para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero y promover energías limpias, siguen fomentando el uso de combustibles fósiles, incentivando proyectos destructivos como la minería a gran escala y los monocultivos, y manteniendo acuerdos comerciales que favorecen la explotación insostenible de los recursos naturales. Además, las ayudas internacionales para mitigar el cambio climático están condicionadas a intereses económicos, lo que limita su efectividad. Este enfoque miope y contradictorio no solo agrava el calentamiento global, sino que también perjudica a las comunidades más vulnerables, que son las que menos han contribuido a la crisis ambiental. La desigualdad global es otro de los efectos directos de la policrisis alimentada por la hipocresía de las grandes potencias. En lugar de utilizar su poder y recursos para promover una mayor equidad económica y social, muchas de estas naciones favorecen sistemas que perpetúan la pobreza y la dependencia en el Sur Global. Las políticas comerciales injustas, las cargas de deuda externa, las políticas de austeridad impuestas por instituciones como el FMI, y las estructuras de poder en las organizaciones internacionales que representan a estas grandes potencias, contribuyen a un sistema internacional profundamente desigual. Mientras algunas naciones continúan acumulando riqueza a través de la explotación de recursos naturales y humanos en otras partes del mundo, millones de personas en África, América Latina y Asia viven sumidas en la pobreza, sin acceso a servicios básicos, educación o asistencia sanitaria. La policrisis global motivada por la hipocresía de las grandes potencias no solo refleja contradicciones en las políticas exteriores, sino que también está reforzando las disparidades sociales, económicas y ambientales que afectan a los países más vulnerables. La falta de coherencia en las decisiones políticas, el doble discurso en temas como derechos humanos, democracia y sostenibilidad, y la priorización de los intereses geopolíticos sobre las necesidades globales, están llevando a un punto crítico. Si estas contradicciones estructurales no se abordan, las consecuencias para el futuro de la humanidad y del planeta podrían ser irreversibles. Por lo tanto, es urgente repensar y redirigir las políticas internacionales hacia un enfoque más ético, equitativo y sostenible que permita abordar las crisis globales de manera efectiva y cooperativa. En el libro se presenta una encuesta, una serie de tipologías y reflexiones finales.
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