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Colombia (Todas las ciudades)
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Bogotá (Bogotá)
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Colombia (Todas las ciudades)
El relato bíblico de Sodoma y Gomorra es una de las historias más conocidas sobre la decadencia moral, la injusticia y la corrupción humana. Según las Escrituras, estas ciudades fueron destruidas por Dios debido a su inmoralidad, violencia, abuso de poder y desprecio por los más necesitados. En el contexto moderno, muchos perciben paralelismos entre los problemas que enfrentan esas ciudades en la antigüedad y las realidades sociales contemporáneas. La corrupción política, la violencia, la desigualdad, la crisis medioambiental, y la desconexión espiritual son solo algunos de los problemas que reflejan una decadencia similar. La comparación con Sodoma y Gomorra no se limita a un enfoque religioso o apocalíptico, sino que busca llamar la atención sobre los retos éticos y sociales de hoy. Aunque no se trata de un juicio divino literal, el análisis resalta las consecuencias de ignorar principios fundamentales como la justicia, la ética y la solidaridad. La decadencia social y moral, alimentada por el individualismo, la codicia y la desinformación, amenaza con llevar a la humanidad por un camino peligroso. En lugar de caer en el pesimismo, esta reflexión invita a la acción colectiva para evitar que los problemas se profundicen. La historia de Sodoma y Gomorra ofrece una oportunidad para reconsiderar los valores que estamos promoviendo en nuestras sociedades en un mundo globalizado y tecnológicamente interconectado, pero cada vez más desconectado espiritualmente. La búsqueda desenfrenada de satisfacción individual, poder y dinero está dejando a muchas personas con una sensación de vacío y desesperanza. El llamado no es solo a la reflexión religiosa, sino a un compromiso ético y social. La decadencia moral no es algo exclusivo del pasado, sino un desafío recurrente a lo largo de la historia. Reconocer los patrones de comportamiento que llevaron a la caída de esas ciudades puede ayudarnos a evitar que se repitan en el futuro. Si logramos reorientar nuestros valores hacia el bien común, la justicia, la verdad y el respeto por la vida, es posible transformar nuestra sociedad y evitar la destrucción. El libro también presenta una encuesta, una serie de tipologías y reflexiones finales que profundizan en este tema y ofrece una oportunidad para el cambio.
Col$ 90.000,0
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Cali (Valle del Cauca)
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Col$ 400.000,0
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Colombia (Todas las ciudades)
Colombia es un país donde los derechos humanos no son tenidos en cuenta y donde la clase política solo busca el usufructo personal. Las masacres son el pan de cada día, de personas que protestan contra el gobierno de turno, por la carencia de políticas que permitan acabar con la violencia, propiciada por los insurgentes, las bandas criminales, el narcotráfico y el Estado mismo. Es un paraíso para la impunidad ya que muchos políticos están involucrados en actividades delincuenciales y donde la corrupción pública es imperante. La clase dirigente terrateniente se ha encargado de contribuir con el desplazamiento forzado de familias campesinas que tienen que huir de los conflictos abandonando sus predios, los cuales terminan en manos de hacendados y a empresas que patrocinan a quienes llegan al poder para mantener sus privilegios. Los presidentes que han llegado al poder se lavan las manos como “pilatos” y no han hecho mayor cosa por evitar que se vulneren los derechos humanos en Colombia presentando una imagen negativa en el contexto internacional. En el libro se presenta una radiografía sobre los derechos humanos en Colombia y el papel que han tenido los últimos gobiernos, además se presenta al lector una serie de tipologías con los principales vulneradores de los derechos humanos.
Col$ 90.000,0
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Madrid (Cundinamarca)
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Colombia (Todas las ciudades)
La policrisis mundial motivada por la hipocresía de las grandes potencias refleja una serie de contradicciones estructurales en el sistema político global que están llevando al mundo hacia una compleja intersección de crisis simultáneas, muchas veces interrelacionadas entre sí. Este fenómeno se caracteriza por una desconexión cada vez mayor entre los discursos y principios que defienden las potencias mundiales en el ámbito internacional y las acciones concretas que llevan a cabo en sus políticas exteriores, económicas y sociales. Las grandes potencias, como los Estados Unidos, China, la Unión Europea y Rusia, están involucradas en dinámicas geopolíticas que favorecen, en muchos casos, sus intereses inmediatos y estratégicos a expensas de un enfoque integral y justo para resolver los problemas globales. A nivel social, la hipocresía de estas potencias se traduce en un doble discurso. Mientras que los gobiernos promueven la defensa de los derechos humanos, la democracia y el respeto por la soberanía de los pueblos, al mismo tiempo siguen alimentando regímenes autoritarios o intervienen en países en desarrollo con fines geopolíticos y económicos, sin importar las consecuencias humanitarias. Por ejemplo, intervenciones militares como las que se han dado en Oriente Medio, o la continua injerencia en África, se presentan como "acciones para la paz" o "luchas contra el terrorismo", pero sus consecuencias son catastróficas: desplazamiento forzado, muertes masivas de civiles, destrucción de infraestructuras, y una proliferación de grupos armados y tensiones sectarias. Esta incoherencia entre el discurso y la práctica, lejos de traer paz, ha perpetuado ciclos de violencia y vulnerabilidad en las regiones más necesitadas. En el ámbito político, las contradicciones son igualmente evidentes. Las grandes potencias tienen una tendencia a defender sus intereses nacionales en lugar de trabajar hacia un sistema global más equitativo y cooperativo. A pesar de sus permanentes declaraciones a favor de la cooperación internacional y la resolución pacífica de conflictos, muchas veces sus políticas están dictadas por cálculos egoístas que priorizan el control de recursos estratégicos, la expansión de su influencia geopolítica o el mantenimiento de sus economías de mercado. La crisis de los refugiados, el cambio climático, las guerras comerciales, y la desigualdad global son ejemplos palpables de cómo las decisiones de las grandes potencias, motivadas por intereses nacionales a corto plazo, han fracasado en abordar las cuestiones globales de manera efectiva y justa. El impacto ambiental de la hipocresía de estas potencias es igualmente desastroso. En nombre del crecimiento económico, las grandes potencias han sido responsables de gran parte de la destrucción ecológica y de la aceleración del cambio climático. Mientras predican la necesidad de un compromiso global para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero y promover energías limpias, siguen fomentando el uso de combustibles fósiles, incentivando proyectos destructivos como la minería a gran escala y los monocultivos, y manteniendo acuerdos comerciales que favorecen la explotación insostenible de los recursos naturales. Además, las ayudas internacionales para mitigar el cambio climático están condicionadas a intereses económicos, lo que limita su efectividad. Este enfoque miope y contradictorio no solo agrava el calentamiento global, sino que también perjudica a las comunidades más vulnerables, que son las que menos han contribuido a la crisis ambiental. La desigualdad global es otro de los efectos directos de la policrisis alimentada por la hipocresía de las grandes potencias. En lugar de utilizar su poder y recursos para promover una mayor equidad económica y social, muchas de estas naciones favorecen sistemas que perpetúan la pobreza y la dependencia en el Sur Global. Las políticas comerciales injustas, las cargas de deuda externa, las políticas de austeridad impuestas por instituciones como el FMI, y las estructuras de poder en las organizaciones internacionales que representan a estas grandes potencias, contribuyen a un sistema internacional profundamente desigual. Mientras algunas naciones continúan acumulando riqueza a través de la explotación de recursos naturales y humanos en otras partes del mundo, millones de personas en África, América Latina y Asia viven sumidas en la pobreza, sin acceso a servicios básicos, educación o asistencia sanitaria. La policrisis global motivada por la hipocresía de las grandes potencias no solo refleja contradicciones en las políticas exteriores, sino que también está reforzando las disparidades sociales, económicas y ambientales que afectan a los países más vulnerables. La falta de coherencia en las decisiones políticas, el doble discurso en temas como derechos humanos, democracia y sostenibilidad, y la priorización de los intereses geopolíticos sobre las necesidades globales, están llevando a un punto crítico. Si estas contradicciones estructurales no se abordan, las consecuencias para el futuro de la humanidad y del planeta podrían ser irreversibles. Por lo tanto, es urgente repensar y redirigir las políticas internacionales hacia un enfoque más ético, equitativo y sostenible que permita abordar las crisis globales de manera efectiva y cooperativa. En el libro se presenta una encuesta, una serie de tipologías y reflexiones finales.
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Cali (Valle del Cauca)
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Colombia (Todas las ciudades)
El reclutamiento forzoso de civiles para participar en guerras ha sido un tema de debate y controversia durante siglos. En muchos países, durante conflictos de gran escala o en situaciones de guerra total, los gobiernos han recurrido a la conscripción obligatoria para movilizar a sus poblaciones y asegurar el esfuerzo bélico. Sin embargo, la idea de que los ciudadanos deben ser obligados a participar en guerras va en contra de principios fundamentales como la autonomía personal, los derechos humanos y los valores democráticos. Este enfoque plantea serias preguntas sobre la moralidad y la justicia, así como sobre el impacto social y psicológico de la participación forzada en un conflicto. Una de las razones por las que los civiles no deben ser obligados a participar en las guerras es el respeto al derecho a la autonomía personal. La libertad de decidir sobre la propia vida es un principio básico que debería prevalecer en cualquier sociedad democrática. Obligar a un ciudadano a participar en una guerra puede ser visto como una violación de su libertad fundamental. Cada persona tiene el derecho de decidir sobre su propio destino, sus creencias y sus valores. La participación obligatoria en una guerra, especialmente si esta va en contra de las convicciones personales, representa una forma de coerción que tiene efectos catastróficos en la dignidad humana. Además, la conscripción obligatoria tiene consecuencias psicosociales graves tanto para los individuos como para la sociedad en su conjunto. La experiencia de combatir en una guerra es traumática, y las personas que son forzadas a participar en ella sufren problemas emocionales y psicológicos a largo plazo, como estrés postraumático, ansiedad y depresión. Estos efectos no solo afectan a los combatientes, sino también a sus familias y comunidades, quienes enfrentan el impacto de la violencia y el sufrimiento. Obligar a los civiles a involucrarse en conflictos bélicos sin tener en cuenta su disposición tiene un costo humano inmenso, que perdura mucho después de que la guerra haya terminado. Desde una perspectiva ética, forzar a los civiles a participar en una guerra también es contraproducente desde el punto de vista militar. Un ejército compuesto por personas que no están comprometidas con la causa o que son reacias a combatir probablemente será menos eficiente que uno compuesto por individuos que se enlistan de manera voluntaria. La falta de motivación y el resentimiento hacia la guerra disminuye la moral de los soldados, lo que lleva a una menor efectividad en el campo de batalla. Además, las personas obligadas a luchar en un conflicto en el que no creen experimentan una falta de preparación y entrenamiento, lo que aumenta las bajas y los errores tácticos. Otro argumento importante es que la participación obligatoria en una guerra afecta negativamente la legitimidad de los gobiernos y las instituciones democráticas. En una democracia, la confianza en el gobierno y las instituciones es fundamental para el funcionamiento del sistema político. Obligar a los ciudadanos a participar en un conflicto sin su consentimiento es percibido como un abuso de poder. Esto no solo debilita la confianza en las autoridades, sino que también da lugar a protestas, movimientos de resistencia y un mayor descontento social. El gobierno pierde su legitimidad cuando no respeta las decisiones individuales de sus ciudadanos y los arrastra a la guerra sin su aprobación. La imposición de la guerra a los civiles genera una división social. En muchas sociedades, la guerra no solo enfrenta a las fuerzas combatientes en el campo de batalla, sino que también divide a la población civil. Aquellos que son llamados a luchar se sienten víctimas del sistema, mientras que aquellos que permanecen en el hogar son vistos como ajenos al sufrimiento. Esta polarización social daña la cohesión y la unidad nacional, creando tensiones que perduran mucho después de que termine el conflicto. En lugar de fomentar el sentido de solidaridad y unidad, la conscripción obligatoria genera hostilidad y resentimiento. En el libro se presenta una encuesta, una serie de tipologías y reflexiones finales.
Col$ 90.000,0
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Colombia (Todas las ciudades)
La corrupción política en Colombia va en ascenso y es permanente en una sociedad que ha perdido sus valores. Son varias familias de políticos que buscan perpetuarse en el poder, es así como los Char de la Costa, los Saile en Córdoba, los Gnecco en el Cesar, los Zucardi en Bolívar, los Aguilar en Bucaramanga, los Toro en Cali, por mencionar algunos, compran votos, arrebatan tierras a los humildes campesinos, hacen millonarias contrataciones ilegales en obras públicas y asesorías desfalcando al Estado. Aunque algunos han sido condenados, luego son premiados con penas irrisorias que pagan en la comodidad de sus hogares. Extienden sus tentáculos haciendo alianzas con otros grupos para mantenerse en el poder. Ocupan altos cargos en entidades públicas, y desde esa tribuna compran campañas políticas con el dinero sucio, heredando el poder a sus familiares para mantener la hegemonía y el control de las regiones. En el libro se presenta un análisis sobre el accionar delictivo de estas familias que, aunque en oportunidades se las ha denunciado por los medios de comunicación, que en ocasiones son cómplices, siempre han sabido desviar cualquier investigación en su contra. Cuando son interrogados por algunos señalamientos que se les hace, manifiestan que son personas éticas, que “le sirven a la nación” y que todo obedece a una persecución política orquestada por sus adversarios. Aunque la opinión pública sabe que lo que afirman es una mentira, la fuerza de las maquinarias se impone permitiéndoles estar presentes en los procesos electorales llegando al Senado y la Cámara de Representantes donde establecen un fortín político que los afianza cada vez más en el poder. Pretendo con este libro hacer una reflexión para que en un tiempo no lejano se puedan acabar esas prácticas corruptas y depurar la política en Colombia con la idea de lograr una mayor equidad social. Se presenta también una encuesta y una serie de tipologías para dar una mayor precisión sobre la problemática existente.
Col$ 90.000,0
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