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Colombia (Todas las ciudades)
AngeVINILO: BUEN ESTADO CUBIERTA: BUEN ESTADO DESPACHO: MENSAJERIA *EVOCACION DE PARIS* CANTA ANGEL VARGAS A1 Evocación De París A2 Del Buenos Aires De Ayer A3 Tanto A4 Nunca Más A5 Milonga Que Viene Al Tranco A6 Hablando De Tango A7 N.P. (No Place) A8 Te Estaba Esperando B1 Noche De Locura B2 Doblando El Codo B3 El Despertar B4 Camino Del Tucuman B5 Pinta Blanca B6 Caricias B7 Un Tanto Argentino B8 Me Llaman Tango Este LP disco es imprescindible para los fanáticos de la música Latina y Coleccionistas de Vinilo. Este disco fue fabricado en Colombia y es una gran adicion a cualquier colección de música.l Vargas Canta-evocacion De Paris Rca Victor (Usado)
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Colombia (Todas las ciudades)
La economía ha sido tradicionalmente vista a través de la lente de la asignación de recursos escasos entre fines alternativos. Sin embargo, uno de los recursos menos explorados en los modelos económicos clásicos es el tiempo. A pesar de su carácter intangible, el tiempo es un recurso esencial que, al igual que otros bienes y servicios, tiene un valor que impacta nuestras decisiones económicas. En este sentido, el concepto de la Economía de la Espera se presenta como una perspectiva innovadora que examina cómo la espera un fenómeno inherente a la experiencia humana influye en los procesos de toma de decisiones en contextos de incertidumbre y escasez. El tiempo de espera es una constante en nuestras vidas cotidianas. Desde la espera en una fila en el supermercado hasta la incertidumbre de un paciente esperando atención médica o un inversionista aguardando una respuesta en los mercados financieros, la experiencia de esperar es, de alguna manera, universal. Sin embargo, la manera en que las personas valoran y manejan este tiempo de espera varía considerablemente dependiendo del contexto. En el ámbito económico, la espera no solo es vista como una barrera temporal, sino como una decisión estratégica en la que los individuos y las empresas deben equilibrar la utilidad del recurso esperado con los costos implícitos de la espera misma. La economía de la espera se enmarca dentro de dos condiciones fundamentales: la incertidumbre y la escasez. En situaciones de incertidumbre, donde la información es incompleta o no está disponible, las decisiones se vuelven más complejas, y la espera es interpretada tanto como un riesgo como una oportunidad. La escasez, por otro lado, enfatiza la limitación de los recursos disponibles y la necesidad de tomar decisiones en un entorno donde el acceso a ciertos bienes o servicios no está garantizado. En este contexto, el tiempo de espera adquiere una dimensión económica decisivo, ya que no solo es un proceso temporal, sino también un factor determinante en la optimización de los recursos disponibles. Una de las grandes cuestiones que plantea la economía de la espera es cómo los individuos y las instituciones valoran ese tiempo de espera en función de las condiciones económicas y sociales que enfrentan. ¿Cómo afectan las expectativas de escasez o las percepciones de incertidumbre la disposición a esperar? ¿Cuánto valoramos el tiempo que pasamos esperando cuando no sabemos cuánto más demorará ese proceso o cuando no tenemos certeza de si el recurso o servicio que esperamos realmente estará disponible? Estas preguntas nos llevan a replantear la forma en que los modelos económicos tradicionales, basados en la maximización de la utilidad, consideran el tiempo y la toma de decisiones intertemporales. Además, la economía de la espera tiene implicaciones profundas en la política económica y en la manera en que se estructuran los sistemas económicos, en sectores clave como la salud, el transporte, la educación y la infraestructura pública. ¿Cómo debería el gobierno o las organizaciones económicas gestionar la espera para maximizar la eficiencia y la equidad? En un mundo de recursos limitados, ¿cómo debería el sistema económico garantizar que el tiempo de espera no se convierta en una barrera insuperable para los más vulnerables? Este campo también toca aspectos psicológicos y sociales: la ansiedad y la frustración que genera la espera, la percepción del valor del tiempo entre distintos grupos socioeconómicos y la variabilidad de la tolerancia a la espera dependiendo de factores culturales, demográficos o económicos. Las decisiones que toman las personas al enfrentarse a la espera ya sea por una oportunidad de inversión, por un bien escaso o por un servicio público no solo son racionales, sino influenciadas por su contexto social y personal. Este estudio tiene como objetivo explorar la valorización económica del tiempo de espera y proponer un marco teórico que permita integrar este concepto en los modelos clásicos de la teoría económica. Al hacerlo, se pretende ofrecer una comprensión más matizada de las decisiones económicas bajo condiciones de escasez e incertidumbre, y cómo las políticas públicas y las estrategias empresariales pueden ser diseñadas para gestionar de manera eficiente el recurso tiempo en contextos de espera. La economía de la espera no solo aporta una nueva dimensión al estudio económico tradicional, sino que también ofrece un campo fértil para desarrollar nuevas teorías y enfoques que permitan optimizar la utilización de los recursos temporales en un mundo cada vez más interconectado y con más incertidumbre. La incorporación de la espera en los modelos económicos es una de las claves para abordar algunos de los problemas más complejos del siglo XXI, desde la gestión de los servicios públicos hasta las decisiones empresariales y la política económica global. Este trabajo explorará la naturaleza del tiempo de espera, su impacto en las decisiones económicas de los agentes individuales y colectivos, y las implicaciones que tiene para la política pública y la eficiencia económica en general. En el libro se presenta una encuesta y una serie de tipologías, lo mismo que algunas reflexiones finales.
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Colombia (Todas las ciudades)
La comparación entre Pedro Picapiedra y Donald Trump, dos figuras aparentemente dispares provenientes de contextos muy diferentes, ofrece una reflexión fascinante sobre los diversos tipos de liderazgo que han influido en la sociedad moderna. Pedro, un personaje de animación de la serie "Los Picapiedra", representa el modelo clásico de un líder familiar de la clase media, cuyas acciones impulsivas y torpezas cómicas lo convierten en un hombre común, pero entrañable y afectuoso, en la tradición de los padres de familia que, a pesar de sus fallos, son buenos padres y cómplices de sus seres queridos. Por otro lado, Donald Trump, ex presidente de Estados Unidos, es un líder cuya estrategia política y estilo comunicativo han dejado una marca profunda en la política global, pero cuya figura también ha sido objeto de controversia y polarización. Mientras que Pedro es un líder accesible y simpático, cuya torpeza y buen corazón lo hacen cercano a los espectadores, Trump representa un líder más estratégico y calculador, cuyo carisma y retórica de confrontación se basan en su capacidad para desafiar las convenciones políticas y generar divisiones en la sociedad. El liderazgo es un fenómeno complejo que puede manifestarse de diversas formas y, a través de la comparación de estos dos personajes, podemos explorar diferentes facetas de este concepto. La relación de Pedro con su familia, su toma de decisiones impulsiva y su carisma accesible lo convierten en un tipo de líder que sigue una lógica de simpatía popular y humor familiar. En contraste, la figura de Trump es un líder cuyo carácter agresivo y su comunicación polarizante se centran en la estrategia política y en la creación de una marca personal basada en el poder, la competencia y el desafío a la élite política. Ambos personajes, en sus respectivos ámbitos, representan aspectos del liderazgo humano, pero también son exponentes de modelos opuestos: uno más orientado al corazón familiar y la cercanía y otro a la estrategia de poder y la división. El contraste entre estos dos estilos de liderazgo permite una reflexión sobre cómo los valores y las estrategias de los líderes influyen en sus seguidores y en las sociedades en las que operan. Este análisis no solo ayuda a entender las características de liderazgo en un contexto cultural y político, sino que también abre la puerta para explorar cómo la comunicación, la toma de decisiones, y la lealtad juegan un papel fundamental en la dinámica de poder que modela el mundo actual. En el libro se presenta una encuesta, la tipología de los dos personajes y algunas reflexiones finales.
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Colombia (Todas las ciudades)
La creciente adopción de robots y tecnologías automatizadas en la industria ha transformado la manera en que las empresas operan, aumentando la eficiencia, reduciendo costos y optimizando procesos. Sin embargo, esta revolución tecnológica no está exenta de impactos ambientales significativos. Los robots industriales y otros sistemas automatizados, si bien representan avances en la productividad, también generan una huella ecológica considerable debido al alto consumo de energía, el uso de materiales raros y el desecho de componentes electrónicos al final de su vida útil. En este contexto, surge la necesidad de considerar la huella ecológica de los sistemas automatizados, que incluye no solo las emisiones de CO₂ derivadas de su funcionamiento, sino también el impacto de los materiales utilizados en su fabricación y el ciclo de vida de los equipos, desde la producción hasta el reciclaje. Ante este panorama, se están planteando nuevas políticas fiscales y normativas que gravan las actividades industriales según su impacto ambiental, lo que ha dado lugar al debate sobre la viabilidad de un impuesto sobre la huella ecológica de los robots y la automatización. Un impuesto sobre la huella ecológica de los robots es una herramienta importante para incentivar la sostenibilidad en la automatización, al mismo tiempo que se fomentan prácticas más limpias en las industrias que adoptan tecnologías avanzadas. Este tipo de impuesto se basaría en la cantidad de energía consumida, las emisiones generadas y el uso de materiales peligrosos o escasos, aplicándose a los sistemas automatizados como una forma de internalizar los costos ambientales asociados a su implementación y operación. El objetivo de este impuesto sería, por un lado, disminuir el impacto ambiental de las industrias automatizadas, y por otro, incentivar la innovación y el desarrollo de tecnologías más verdes. Este enfoque permitiría a las empresas ser responsables de los efectos que sus procesos productivos generan en el medio ambiente, promoviendo la adopción de soluciones sostenibles y ayudando a alcanzar los objetivos globales de reducción de emisiones de gases de efecto invernadero establecidos en acuerdos internacionales como el Acuerdo de París. En este sentido, el impuesto sobre la huella ecológica de los robots y la automatización no solo responde a una necesidad urgente de reducir el impacto ambiental de la tecnología, sino que también presenta un reto para las industrias que deben adaptarse a un nuevo marco normativo sin comprometer su competitividad global. El presente análisis se centrará en cómo un impuesto de este tipo podría estructurarse, sus posibles efectos sobre las empresas y la economía en general, y los retos asociados a su implementación en un contexto internacional diverso. En el libro se presenta una encuesta, una seria de tipologías y reflexiones finales.
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Colombia (Todas las ciudades)
La policrisis mundial motivada por la hipocresía de las grandes potencias refleja una serie de contradicciones estructurales en el sistema político global que están llevando al mundo hacia una compleja intersección de crisis simultáneas, muchas veces interrelacionadas entre sí. Este fenómeno se caracteriza por una desconexión cada vez mayor entre los discursos y principios que defienden las potencias mundiales en el ámbito internacional y las acciones concretas que llevan a cabo en sus políticas exteriores, económicas y sociales. Las grandes potencias, como los Estados Unidos, China, la Unión Europea y Rusia, están involucradas en dinámicas geopolíticas que favorecen, en muchos casos, sus intereses inmediatos y estratégicos a expensas de un enfoque integral y justo para resolver los problemas globales. A nivel social, la hipocresía de estas potencias se traduce en un doble discurso. Mientras que los gobiernos promueven la defensa de los derechos humanos, la democracia y el respeto por la soberanía de los pueblos, al mismo tiempo siguen alimentando regímenes autoritarios o intervienen en países en desarrollo con fines geopolíticos y económicos, sin importar las consecuencias humanitarias. Por ejemplo, intervenciones militares como las que se han dado en Oriente Medio, o la continua injerencia en África, se presentan como "acciones para la paz" o "luchas contra el terrorismo", pero sus consecuencias son catastróficas: desplazamiento forzado, muertes masivas de civiles, destrucción de infraestructuras, y una proliferación de grupos armados y tensiones sectarias. Esta incoherencia entre el discurso y la práctica, lejos de traer paz, ha perpetuado ciclos de violencia y vulnerabilidad en las regiones más necesitadas. En el ámbito político, las contradicciones son igualmente evidentes. Las grandes potencias tienen una tendencia a defender sus intereses nacionales en lugar de trabajar hacia un sistema global más equitativo y cooperativo. A pesar de sus permanentes declaraciones a favor de la cooperación internacional y la resolución pacífica de conflictos, muchas veces sus políticas están dictadas por cálculos egoístas que priorizan el control de recursos estratégicos, la expansión de su influencia geopolítica o el mantenimiento de sus economías de mercado. La crisis de los refugiados, el cambio climático, las guerras comerciales, y la desigualdad global son ejemplos palpables de cómo las decisiones de las grandes potencias, motivadas por intereses nacionales a corto plazo, han fracasado en abordar las cuestiones globales de manera efectiva y justa. El impacto ambiental de la hipocresía de estas potencias es igualmente desastroso. En nombre del crecimiento económico, las grandes potencias han sido responsables de gran parte de la destrucción ecológica y de la aceleración del cambio climático. Mientras predican la necesidad de un compromiso global para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero y promover energías limpias, siguen fomentando el uso de combustibles fósiles, incentivando proyectos destructivos como la minería a gran escala y los monocultivos, y manteniendo acuerdos comerciales que favorecen la explotación insostenible de los recursos naturales. Además, las ayudas internacionales para mitigar el cambio climático están condicionadas a intereses económicos, lo que limita su efectividad. Este enfoque miope y contradictorio no solo agrava el calentamiento global, sino que también perjudica a las comunidades más vulnerables, que son las que menos han contribuido a la crisis ambiental. La desigualdad global es otro de los efectos directos de la policrisis alimentada por la hipocresía de las grandes potencias. En lugar de utilizar su poder y recursos para promover una mayor equidad económica y social, muchas de estas naciones favorecen sistemas que perpetúan la pobreza y la dependencia en el Sur Global. Las políticas comerciales injustas, las cargas de deuda externa, las políticas de austeridad impuestas por instituciones como el FMI, y las estructuras de poder en las organizaciones internacionales que representan a estas grandes potencias, contribuyen a un sistema internacional profundamente desigual. Mientras algunas naciones continúan acumulando riqueza a través de la explotación de recursos naturales y humanos en otras partes del mundo, millones de personas en África, América Latina y Asia viven sumidas en la pobreza, sin acceso a servicios básicos, educación o asistencia sanitaria. La policrisis global motivada por la hipocresía de las grandes potencias no solo refleja contradicciones en las políticas exteriores, sino que también está reforzando las disparidades sociales, económicas y ambientales que afectan a los países más vulnerables. La falta de coherencia en las decisiones políticas, el doble discurso en temas como derechos humanos, democracia y sostenibilidad, y la priorización de los intereses geopolíticos sobre las necesidades globales, están llevando a un punto crítico. Si estas contradicciones estructurales no se abordan, las consecuencias para el futuro de la humanidad y del planeta podrían ser irreversibles. Por lo tanto, es urgente repensar y redirigir las políticas internacionales hacia un enfoque más ético, equitativo y sostenible que permita abordar las crisis globales de manera efectiva y cooperativa. En el libro se presenta una encuesta, una serie de tipologías y reflexiones finales.
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El reclutamiento forzoso de civiles para participar en guerras ha sido un tema de debate y controversia durante siglos. En muchos países, durante conflictos de gran escala o en situaciones de guerra total, los gobiernos han recurrido a la conscripción obligatoria para movilizar a sus poblaciones y asegurar el esfuerzo bélico. Sin embargo, la idea de que los ciudadanos deben ser obligados a participar en guerras va en contra de principios fundamentales como la autonomía personal, los derechos humanos y los valores democráticos. Este enfoque plantea serias preguntas sobre la moralidad y la justicia, así como sobre el impacto social y psicológico de la participación forzada en un conflicto. Una de las razones por las que los civiles no deben ser obligados a participar en las guerras es el respeto al derecho a la autonomía personal. La libertad de decidir sobre la propia vida es un principio básico que debería prevalecer en cualquier sociedad democrática. Obligar a un ciudadano a participar en una guerra puede ser visto como una violación de su libertad fundamental. Cada persona tiene el derecho de decidir sobre su propio destino, sus creencias y sus valores. La participación obligatoria en una guerra, especialmente si esta va en contra de las convicciones personales, representa una forma de coerción que tiene efectos catastróficos en la dignidad humana. Además, la conscripción obligatoria tiene consecuencias psicosociales graves tanto para los individuos como para la sociedad en su conjunto. La experiencia de combatir en una guerra es traumática, y las personas que son forzadas a participar en ella sufren problemas emocionales y psicológicos a largo plazo, como estrés postraumático, ansiedad y depresión. Estos efectos no solo afectan a los combatientes, sino también a sus familias y comunidades, quienes enfrentan el impacto de la violencia y el sufrimiento. Obligar a los civiles a involucrarse en conflictos bélicos sin tener en cuenta su disposición tiene un costo humano inmenso, que perdura mucho después de que la guerra haya terminado. Desde una perspectiva ética, forzar a los civiles a participar en una guerra también es contraproducente desde el punto de vista militar. Un ejército compuesto por personas que no están comprometidas con la causa o que son reacias a combatir probablemente será menos eficiente que uno compuesto por individuos que se enlistan de manera voluntaria. La falta de motivación y el resentimiento hacia la guerra disminuye la moral de los soldados, lo que lleva a una menor efectividad en el campo de batalla. Además, las personas obligadas a luchar en un conflicto en el que no creen experimentan una falta de preparación y entrenamiento, lo que aumenta las bajas y los errores tácticos. Otro argumento importante es que la participación obligatoria en una guerra afecta negativamente la legitimidad de los gobiernos y las instituciones democráticas. En una democracia, la confianza en el gobierno y las instituciones es fundamental para el funcionamiento del sistema político. Obligar a los ciudadanos a participar en un conflicto sin su consentimiento es percibido como un abuso de poder. Esto no solo debilita la confianza en las autoridades, sino que también da lugar a protestas, movimientos de resistencia y un mayor descontento social. El gobierno pierde su legitimidad cuando no respeta las decisiones individuales de sus ciudadanos y los arrastra a la guerra sin su aprobación. La imposición de la guerra a los civiles genera una división social. En muchas sociedades, la guerra no solo enfrenta a las fuerzas combatientes en el campo de batalla, sino que también divide a la población civil. Aquellos que son llamados a luchar se sienten víctimas del sistema, mientras que aquellos que permanecen en el hogar son vistos como ajenos al sufrimiento. Esta polarización social daña la cohesión y la unidad nacional, creando tensiones que perduran mucho después de que termine el conflicto. En lugar de fomentar el sentido de solidaridad y unidad, la conscripción obligatoria genera hostilidad y resentimiento. En el libro se presenta una encuesta, una serie de tipologías y reflexiones finales.
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La pornomiseria es un concepto que surge en la intersección entre la pobreza, la explotación mediática y la deshumanización social. Se refiere a la representación explícita y sensacionalista del sufrimiento humano, en contextos de pobreza extrema, que busca generar una respuesta emocional en la audiencia. Este fenómeno no se limita exclusivamente a los medios de comunicación, sino que se extiende a diversas áreas de la sociedad, desde las políticas públicas hasta las prácticas culturales y las interacciones cotidianas. En un mundo cada vez más globalizado, la pornomiseria ha adquirido múltiples formas y se ha integrado en la dinámica social, alimentando estereotipos, construyendo narrativas de "otros" y, explotando la miseria con fines económicos, políticos o incluso emocionales. A nivel social, la pornomiseria se manifiesta cuando las condiciones de pobreza, sufrimiento o desigualdad se presentan de una forma tan explícita y desgarradora que el dolor humano se convierte en un espectáculo consumido tanto por quienes lo viven como por aquellos que lo observan desde la distancia. En este sentido, no solo los medios de comunicación, como la televisión, las redes sociales o la prensa, son actores clave, sino también las organizaciones internacionales, las campañas humanitarias, e incluso las políticas sociales, que muchas veces recurren a la "pornomiseria" para movilizar recursos o sensibilizar a la opinión pública. Este fenómeno tiene efectos en la percepción colectiva de la pobreza y el sufrimiento. En muchas ocasiones, la representación de la miseria en términos visuales o narrativos genera compasión o despierta el deseo de ayudar, pero también conduce a la desensibilización, el estigma o la victimización de los afectados. La pornomiseria no solo afecta la forma en que los más vulnerables son vistos, sino que también influye en las respuestas sociales a la pobreza, desde la forma en que se distribuyen los recursos hasta las políticas públicas que se implementan. A través de la pornomiseria, las personas en situaciones de vulnerabilidad o marginalidad son despojadas de su humanidad. Se convierten en objetos de lástima o compasión, pero rara vez se les reconoce como agentes de cambio o como sujetos con dignidad propia. Esto tiene implicaciones graves, no solo para la identidad de los individuos afectados, sino también para las narrativas que construimos sobre la pobreza, la desigualdad y la justicia social. Por otro lado, la pornomiseria también plantea importantes cuestiones éticas. ¿Es justo utilizar el sufrimiento humano como un medio para movilizar recursos, conciencias o políticas? ¿Qué responsabilidad tienen los actores sociales ya sean medios de comunicación, ONGs, gobiernos o incluso individuos en la manera en que representan la pobreza y la miseria? ¿Cómo evitar que las representaciones de la pobreza se conviertan en un espectáculo vacío de significado o, peor aún, en una forma de explotación? El análisis de la pornomiseria se convierte en una herramienta importante para entender no solo cómo se representan la pobreza y el sufrimiento, sino también cómo esas representaciones afectan nuestras actitudes, políticas y respuestas como sociedad. Es un fenómeno que nos invita a reflexionar sobre los límites de la empatía, la ética de la representación y el verdadero significado de la solidaridad. En el libro se presenta una encuesta una serie de tipologías y reflexiones finales.
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