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Cali (Valle del Cauca)
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Col$ 400.000,0
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Colombia (Todas las ciudades)
Colombia es un país donde los derechos humanos no son tenidos en cuenta y donde la clase política solo busca el usufructo personal. Las masacres son el pan de cada día, de personas que protestan contra el gobierno de turno, por la carencia de políticas que permitan acabar con la violencia, propiciada por los insurgentes, las bandas criminales, el narcotráfico y el Estado mismo. Es un paraíso para la impunidad ya que muchos políticos están involucrados en actividades delincuenciales y donde la corrupción pública es imperante. La clase dirigente terrateniente se ha encargado de contribuir con el desplazamiento forzado de familias campesinas que tienen que huir de los conflictos abandonando sus predios, los cuales terminan en manos de hacendados y a empresas que patrocinan a quienes llegan al poder para mantener sus privilegios. Los presidentes que han llegado al poder se lavan las manos como “pilatos” y no han hecho mayor cosa por evitar que se vulneren los derechos humanos en Colombia presentando una imagen negativa en el contexto internacional. En el libro se presenta una radiografía sobre los derechos humanos en Colombia y el papel que han tenido los últimos gobiernos, además se presenta al lector una serie de tipologías con los principales vulneradores de los derechos humanos.
Col$ 90.000,0
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Madrid (Cundinamarca)
Túnel para parque infantil en madera de pino pintado de diversos colores según pedido, con tres anillos metálicos de soporte, alta resistencia.tel-whatsapp 3114590094
Col$ 10.000,0
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Colombia (Todas las ciudades)
La ludopatía, también conocida como adicción al juego, es un trastorno psicológico y comportamental que afecta a millones de personas en todo el mundo. Se caracteriza por una pérdida de control sobre el impulso de jugar, a pesar de las consecuencias negativas que este comportamiento tiene en la vida del individuo. La persona ludópata siente una necesidad irrefrenable de apostar y jugar, lo que lleva a una dependencia que interfiere con su bienestar emocional, físico, social y económico. La ludopatía no solo afecta al jugador, sino que también tiene repercusiones destructoras en su entorno familiar, laboral y social. En sus primeras etapas, el juego parece una actividad divertida o una forma legítima de entretenimiento. Sin embargo, a medida que la adicción se instala, las personas que sufren de ludopatía llegan a gastar grandes cantidades de dinero, desarrollan conductas engañosas, acumulan deudas y experimentan un aislamiento progresivo de su entorno. Los jugadores no son conscientes de la gravedad de su situación hasta que los efectos negativos se vuelven evidentes, lo que hace que la búsqueda de ayuda sea más difícil. Con el avance de la tecnología, el acceso a juegos de azar y plataformas de apuestas ha aumentado considerablemente a través de internet, lo que ha intensificado el problema de la ludopatía en la era digital. La proliferación de casinos en línea, aplicaciones de apuestas y juegos en dispositivos móviles ha facilitado que más personas se vean expuestas a los riesgos de esta adicción, sobre todo entre los jóvenes, quienes se ven atraídos por la ilusión de ganar dinero rápido o de escapar de problemas personales por medio del juego. El tratamiento de la ludopatía requiere una intervención integral que abarque tanto la atención psicológica como el apoyo social y familiar. A pesar de la seriedad de este trastorno, existen recursos y programas especializados que ayudan a las personas afectadas a recuperar el control sobre sus vidas. La comprensión de los factores que contribuyen a la ludopatía, así como la creación de estrategias de prevención eficaces, son principales para mitigar el impacto de esta adicción en la sociedad. Es fundamental que se promueva una mayor conciencia sobre los riesgos asociados con el juego, así como el acceso a tratamientos adecuados para quienes ya sufren de ludopatía. Al tratarse de un problema multifacético, la lucha contra la ludopatía no solo requiere de un enfoque individual, sino también de un compromiso social, educativo y legislativo para prevenir y tratar esta creciente enfermedad. En el libro se presenta una encuesta una serie de tipologías y reflexiones finales.
Col$ 90.000,0
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Agua de Dios (Cundinamarca)
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Agua de Dios (Cundinamarca)
Plataforma y estructura general en madera, cable de desplazamiento en acero, sillín en fibra de vidrio y carro metálico con poleas en material sintético.informes al 3114590094
Col$ 10.000,0
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Colombia (Todas las ciudades)
Colombia ha sido históricamente uno de los principales productores y exportadores de cocaína en el mundo, lo que ha tenido profundas implicaciones tanto para su desarrollo social como para su economía y seguridad. A lo largo de las últimas décadas, el cultivo de la coca y su transformación en cocaína ha sido un fenómeno asociado no solo con el narcotráfico, sino también con la violencia, la corrupción y las dificultades para implementar políticas públicas efectivas en diversas regiones del país. El auge de la cocaína en Colombia no es un fenómeno aislado, responde a una serie de factores históricos, económicos y sociales que incluyen la desigualdad, la pobreza en las zonas rurales y el debilitamiento de las instituciones del Estado en algunas regiones. Además, la presencia de guerrillas, paramilitares y carteles de narcotráfico. A través de esta reflexión, se busca entender cómo la realidad de ser un "país cocalero" ha afectado a Colombia, no solo en términos de su imagen internacional, sino también en la vida cotidiana de millones de colombianos que han vivido, y siguen viviendo, las consecuencias de este flagelo. ¿Qué significa para Colombia ser un país que produce y trafica una de las drogas más destructivas del mundo? ¿Cuáles son las repercusiones sociales, políticas y económicas de esta realidad? Estas preguntas son clave para comprender la relación entre el narcotráfico y la sociedad colombiana. La "desgracia" de ser un país cocalero no solo hace referencia al daño directo que causa la cocaína, sino también a los costos indirectos en términos de gobernabilidad, desarrollo humano y bienestar. Sin embargo, en medio de este panorama, es vital reconocer también los esfuerzos que el país ha realizado en términos de políticas de erradicación, sustitución de cultivos y cooperación internacional. La lucha contra el narcotráfico y sus efectos sigue siendo una de las prioridades de los gobiernos colombianos, aunque los resultados han sido, en muchos casos, mixtos. El narcotráfico ha sido uno de los problemas más persistentes y complejos en Colombia durante más de medio siglo, y su impacto en el país ha sido profundo, afectando tanto a las zonas rurales como a las urbanas. Colombia, históricamente conocida como un importante productor de cocaína, ha sido escenario de un conflicto armado prolongado en el que varios actores, incluidos los grupos guerrilleros, los paramilitares, y las bandas criminales, se han financiado, en parte, a través de los ingresos provenientes del narcotráfico. La violencia, la desigualdad social, la falta de presencia estatal en las regiones rurales, y la pobreza estructural han creado un caldo de cultivo ideal para el desarrollo de actividades ilícitas, como el cultivo de coca. La relación entre el narcotráfico y los grupos armados ilegales ha sido particularmente significativa, ya que estos actores han utilizado el negocio de la cocaína no solo como una fuente de financiación, sino también como una forma de control territorial y de fortalecimiento de sus estructuras. Mientras tanto, el Estado colombiano, a través de diferentes administraciones, ha implementado diversas estrategias para combatir este fenómeno, desde políticas de erradicación de cultivos ilícitos hasta acuerdos de paz con actores como las FARC, pero los resultados han sido dispares y han generado tanto éxitos como fracasos. El narcotráfico no solo ha alimentado la violencia armada, sino que también ha tenido consecuencias profundas para la política y economía del país. El dinero del narcotráfico ha corrompido instituciones y debilitado el Estado de derecho, mientras que las comunidades rurales, particularmente aquellas en regiones productoras de coca, han quedado atrapadas en un ciclo de pobreza, desplazamiento y desesperanza. En este contexto, la relación entre el narcotráfico, los grupos armados ilegales y el Estado se vuelve un tema vital para comprender los desafíos actuales en Colombia. El futuro de la paz y el desarrollo rural en el país depende de cómo se aborden los problemas estructurales que permiten que el narcotráfico siga siendo una de las principales fuentes de violencia y desigualdad social en las zonas más afectadas. Esta problemática, por lo tanto, requiere un enfoque integral que no solo contemple la erradicación de cultivos ilícitos o el desmantelamiento de las estructuras criminales, sino también una estrategia de desarrollo que brinde alternativas viables a las comunidades rurales y combata las causas profundas que perpetúan este ciclo de violencia y pobreza. Este análisis busca explorar cómo las políticas públicas, las estrategias de paz, las dinámicas del narcotráfico y los grupos armados ilegales han modelado el conflicto en Colombia, y cómo se pueden crear soluciones más efectivas y sostenibles para reducir su influencia en la sociedad colombiana. En el libro se presenta una encuesta una serie de tipologías y reflexiones finales.
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Colombia (Todas las ciudades)
La policrisis mundial motivada por la hipocresía de las grandes potencias refleja una serie de contradicciones estructurales en el sistema político global que están llevando al mundo hacia una compleja intersección de crisis simultáneas, muchas veces interrelacionadas entre sí. Este fenómeno se caracteriza por una desconexión cada vez mayor entre los discursos y principios que defienden las potencias mundiales en el ámbito internacional y las acciones concretas que llevan a cabo en sus políticas exteriores, económicas y sociales. Las grandes potencias, como los Estados Unidos, China, la Unión Europea y Rusia, están involucradas en dinámicas geopolíticas que favorecen, en muchos casos, sus intereses inmediatos y estratégicos a expensas de un enfoque integral y justo para resolver los problemas globales. A nivel social, la hipocresía de estas potencias se traduce en un doble discurso. Mientras que los gobiernos promueven la defensa de los derechos humanos, la democracia y el respeto por la soberanía de los pueblos, al mismo tiempo siguen alimentando regímenes autoritarios o intervienen en países en desarrollo con fines geopolíticos y económicos, sin importar las consecuencias humanitarias. Por ejemplo, intervenciones militares como las que se han dado en Oriente Medio, o la continua injerencia en África, se presentan como "acciones para la paz" o "luchas contra el terrorismo", pero sus consecuencias son catastróficas: desplazamiento forzado, muertes masivas de civiles, destrucción de infraestructuras, y una proliferación de grupos armados y tensiones sectarias. Esta incoherencia entre el discurso y la práctica, lejos de traer paz, ha perpetuado ciclos de violencia y vulnerabilidad en las regiones más necesitadas. En el ámbito político, las contradicciones son igualmente evidentes. Las grandes potencias tienen una tendencia a defender sus intereses nacionales en lugar de trabajar hacia un sistema global más equitativo y cooperativo. A pesar de sus permanentes declaraciones a favor de la cooperación internacional y la resolución pacífica de conflictos, muchas veces sus políticas están dictadas por cálculos egoístas que priorizan el control de recursos estratégicos, la expansión de su influencia geopolítica o el mantenimiento de sus economías de mercado. La crisis de los refugiados, el cambio climático, las guerras comerciales, y la desigualdad global son ejemplos palpables de cómo las decisiones de las grandes potencias, motivadas por intereses nacionales a corto plazo, han fracasado en abordar las cuestiones globales de manera efectiva y justa. El impacto ambiental de la hipocresía de estas potencias es igualmente desastroso. En nombre del crecimiento económico, las grandes potencias han sido responsables de gran parte de la destrucción ecológica y de la aceleración del cambio climático. Mientras predican la necesidad de un compromiso global para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero y promover energías limpias, siguen fomentando el uso de combustibles fósiles, incentivando proyectos destructivos como la minería a gran escala y los monocultivos, y manteniendo acuerdos comerciales que favorecen la explotación insostenible de los recursos naturales. Además, las ayudas internacionales para mitigar el cambio climático están condicionadas a intereses económicos, lo que limita su efectividad. Este enfoque miope y contradictorio no solo agrava el calentamiento global, sino que también perjudica a las comunidades más vulnerables, que son las que menos han contribuido a la crisis ambiental. La desigualdad global es otro de los efectos directos de la policrisis alimentada por la hipocresía de las grandes potencias. En lugar de utilizar su poder y recursos para promover una mayor equidad económica y social, muchas de estas naciones favorecen sistemas que perpetúan la pobreza y la dependencia en el Sur Global. Las políticas comerciales injustas, las cargas de deuda externa, las políticas de austeridad impuestas por instituciones como el FMI, y las estructuras de poder en las organizaciones internacionales que representan a estas grandes potencias, contribuyen a un sistema internacional profundamente desigual. Mientras algunas naciones continúan acumulando riqueza a través de la explotación de recursos naturales y humanos en otras partes del mundo, millones de personas en África, América Latina y Asia viven sumidas en la pobreza, sin acceso a servicios básicos, educación o asistencia sanitaria. La policrisis global motivada por la hipocresía de las grandes potencias no solo refleja contradicciones en las políticas exteriores, sino que también está reforzando las disparidades sociales, económicas y ambientales que afectan a los países más vulnerables. La falta de coherencia en las decisiones políticas, el doble discurso en temas como derechos humanos, democracia y sostenibilidad, y la priorización de los intereses geopolíticos sobre las necesidades globales, están llevando a un punto crítico. Si estas contradicciones estructurales no se abordan, las consecuencias para el futuro de la humanidad y del planeta podrían ser irreversibles. Por lo tanto, es urgente repensar y redirigir las políticas internacionales hacia un enfoque más ético, equitativo y sostenible que permita abordar las crisis globales de manera efectiva y cooperativa. En el libro se presenta una encuesta, una serie de tipologías y reflexiones finales.
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Colombia (Todas las ciudades)
La esclavitud moderna es una realidad sombría que, aunque prohibida formalmente por leyes y tratados internacionales, sigue existiendo en diversas formas en el mundo contemporáneo. Millones de personas, en su mayoría mujeres, niños y migrantes, siguen siendo explotadas en condiciones de trabajo forzado, trata de personas, trabajo infantil, explotación sexual y otras formas de opresión que les privan de su dignidad humana y sus derechos fundamentales. A pesar de los avances en derechos humanos y las múltiples normas legales internacionales, la esclavitud moderna persiste debido a la pobreza, las desigualdades sociales, la corrupción, la impunidad y la falta de conciencia sobre el alcance de este problema. El compromiso global para erradicarla es fundamental, pero se requiere un cambio profundo en la mentalidad colectiva, tanto a nivel gubernamental como corporativo y social. El Código Moral sobre la Esclavitud Moderna tiene como objetivo proporcionar una guía ética para todas las personas, desde gobiernos y empresas hasta ciudadanos individuales, sobre cómo reconocer, denunciar y combatir todas las formas de esclavitud que todavía existen en el siglo XXI. Este código destaca la dignidad humana como el valor fundamental sobre el que debe basarse toda acción, y promueve un enfoque integral que combina prevención, protección, justicia y solidaridad internacional. La erradicación de la esclavitud moderna es responsabilidad de todos, y requiere un compromiso activo para acabar con las condiciones que permiten su existencia. A través de este Código Moral, se invita a cada individuo, organización y gobierno a adoptar medidas concretas, como la protección de los derechos de los más vulnerables, la promoción de políticas inclusivas, la transparencia empresarial y la educación sobre los derechos humanos. Al trabajar juntos, podemos lograr un mundo donde la libertad, la igualdad y la dignidad humana sean respetadas por todos, y donde la esclavitud moderna sea finalmente erradicada.
Col$ 90.000,0
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Cali (Valle del Cauca)
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